Mientras hablaba con un hombre cuya
esposa había fallecido, me contó que un amigo le había dicho: «Lamento que
hayas perdido a tu esposa». ¿Qué le contestó él? «Ah, no, no la perdí. ¡Sé
exactamente dónde está!».
Para algunos, esto puede parecerles una
afirmación un poco atrevida o incluso displicente. Con tantas teorías sobre la
vida después de la muerte, podríamos preguntarnos cómo estar realmente seguros
de dónde van nuestros seres queridos después de morir; y ni qué hablar de dónde
terminaremos nosotros.
Sin embargo, para los seguidores de
Cristo, la confianza es lo apropiado. Tenemos la certeza que nos da la Palabra
de Dios de que, cuando muramos, estaremos inmediatamente con Dios (2 Corintios
5:8). Gracias a Dios, esto es más que una simple expresión de deseo. Se
fundamenta en la realidad histórica de Jesús, que vino y murió para pagar
nuestra condena por el pecado, para que pudiéramos recibir la vida eterna
(Romanos 6:23). Después, demostró que hay vida después de la muerte al salir de
Su tumba y ascender al cielo, donde, como Él prometió, está preparando un lugar
para nosotros (Juan 14:2).
Así que, ¡regocíjate! Como los
beneficios de esta realidad son fuera de este mundo, podemos osadamente decir
con Pablo que «confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y
presentes al Señor» (2 Corintios 5:8).
Para el seguidor de Jesús, la muerte significa: cielo, felicidad y Él. (RBC)