Santiago, de 20 meses de edad, guiaba
confiadamente a su familia por el pasillo de su inmensa iglesia. El papá no le
quitaba los ojos de encima mientras el niño se abría camino entre la multitud
de «gigantes». De pronto, el muchachito entró en pánico porque no podía ver a
su padre. Se detuvo, miró para todos lados y empezó a gritar: «¡Papi! ¡Papi!».
Al instante, su papá se le puso al lado y el pequeño Santiaguito le extendió la
mano, la cual el padre sujetó con fuerza. De inmediato, el niño se quedó tranquilo.
En 2 Reyes, se narra la historia del
rey Ezequías, el cual recurrió a Dios para que lo ayudara (19:15). Senaquerib,
el rey de Asiria, lo había amenazado a él y al pueblo de Judá, diciendo: «… No
te engañe tu Dios en quien tú confías […]. He aquí tú has oído lo que han hecho
los reyes de Asiria a todas las tierras, destruyéndolas; ¿y escaparás tú? (vv.
10-11). El rey Ezequías recurrió al Señor y oró pidiéndole que los librara,
«para que sepan todos los reinos de la tierra que sólo tú, Jehová, eres Dios» (vv.
14-19). En respuesta a su oración, el ángel del Señor atacó al enemigo y
Senaquerib se retiró (vv. 20-36).
Si estás atravesando una situación en
la que necesitas la ayuda de Dios, extiende tu mano hacia Él en oración. El
Señor ha prometido enviar Su consuelo y auxilio (2 Corintios 1:3-4; Hebreos
4:16).
El amanecer de la liberación divina suele venir después de la hora de prueba más oscura. (RBC)