Dios le hizo esa promesa a Josué justo antes de que guiara a los israelitas para entrar en la tierra prometida (Josué 1:5). Posteriormente, el autor de Hebreos reclamó esta promesa para todos los creyentes: «… No te desampararé, ni te dejaré» (13:5). En ambos casos, el contexto indica que la presencia de Dios tiene que ver con darnos el poder para hacer Su voluntad y no la nuestra, ya que esta última es, por lo general, la que tengo en mente en mis oraciones.
Quizá una mejor plegaria sería algo así: «Señor, gracias por tu Espíritu que mora en mí, que está dispuesto a dirigirme por el camino que tú quieres que vaya y que puede hacerlo. Que yo no te lleve donde tú no desees ir. Que no te reclute para hacer mi voluntad, sino que me someta humildemente a ti para hacer la tuya».
Cuando hagamos la voluntad de Dios, Él estará con nosotros aunque no se lo pidamos. Si no estamos cumpliéndola, debemos pedirle perdón, cambiar de dirección y seguirlo.
Que no seamos inconscientes al orar, sino conscientes de la voluntad de Dios. (RBC)