Los cambios son tanto inevitables como
necesarios. Si todo sigue igual, nadie crece. Pero nosotros tenemos un Pastor
que nos guía a través de esos cambios y nos lleva a un lugar mejor. Llegar allí
quizá resulte difícil, como lo fue para los israelitas hasta que entraron en la
tierra prometida. Cuando su situación empeoraba en vez de mejorar, se quejaban
(Éxodo 15:24; Números 14:2). Pero tenemos el ejemplo de Jesús. En menos de una
semana, pasó de ser el líder de muchos a que todos lo abandonaran. Entre el
Domingo de Ramos y el Viernes Santo, el Buen Pastor se convirtió en el Cordero
Pascual. Como Cristo atravesó voluntariamente el sufrimiento, Dios lo exaltó al
lugar más elevado (Juan 10:11; Filipenses 2:8-9).
No todo cambio es agradable; sin embargo,
cuando Alguien que nos ama nos guía a un sitio mejor, no tenemos que temer.
La fe en Dios nos
mantendrá firmes en el tormentoso mar de los cambios. (RBC)