Uno de los observatorios de la NASA
descubrió un agujero negro gigante que emite un zumbido. Ubicado en el cúmulo
de galaxias de Perseo, a unos 250 millones de años luz de la Tierra, este
agujero vibra en la frecuencia de un si bemol; pero el tono es tan grave que el
oído humano no puede captarlo. El instrumental científico ha colocado la nota
57 octavas por debajo del do medio en un piano.
La idea de la música y los cuerpos
celestes no es nueva. Es más, cuando Dios se le reveló a Job, preguntó: «¿Dónde
estabas tú cuando yo fundaba la tierra? ¿[…] cuando alababan todas las
estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios?» (Job 38:4, 7).
Se nos relata que, durante la creación de nuestro maravilloso universo,
cánticos de alabanza y exclamaciones de gozo resonaban para glorificar a
Dios.
Un precioso himno de San Francisco de
Asís capta el asombro y la adoración que sentimos al ver el sol radiante
durante el día y el cielo salpicado de estrellas en la noche.
Alabado seas, mi
Señor, en todas tus criaturas, especialmente en hermano sol, por quien nos das
el día y nos iluminas. Alabado seas, mi Señor, por la hermana luna y
las estrellas, en el cielo las formaste claras y preciosas y bellas.
«Los cielos cuentan la gloria de Dios,
y el firmamento anuncia la obra de sus manos» (Salmo 19:1). La belleza de la
creación nos da razones para alabar a Dios.