En los últimos años, me deshidraté un
par de veces, y créeme, no quiero que se repita. Una vez, fue después de un
desgarro muscular en el muslo mientras esquiaba en la nieve a campo traviesa, y
la otra, en un desierto de Israel con unos 46 ºC de temperatura. En ambas
ocasiones, tuve mareos, me desorienté, se me nubló la visión, y varios síntomas
más. A la fuerza, aprendí que el agua es vital para mi bienestar.
Mi experiencia con la deshidratación me
permite apreciar mejor la invitación de Jesús: «… Si alguno tiene sed,
venga a mí y beba» (Juan 7:37). Su declaración fue dramática; en particular,
con respecto al momento. Juan señala que era «el último y gran día de la
fiesta», la conmemoración anual de la peregrinación de Israel en el desierto,
que concluía con una ceremonia en la que se derramaba agua por los escalones
del templo para recordar la provisión divina a los peregrinos sedientos. En ese
instante, Jesús se puso en pie y proclamó que Él es el agua que todos
necesitamos desesperadamente.
Para nuestro bienestar espiritual, es
vital que vivamos con una verdadera necesidad de Cristo, hablando con Él y
dependiendo de su sabiduría. Por lo tanto, mantente conectado con Jesucristo:
¡solo Él puede satisfacer la sed de tu alma!