Dejando
la tecnología de lado, todos enfrentamos temporadas de soledad en las que nos
preguntamos si alguien sabrá o entenderá qué cargas soportamos o qué luchas
tenemos, y si le interesará. No obstante, los seguidores de Cristo tenemos una
certeza que brinda consuelo a nuestro corazón abatido: la presencia consoladora
del Salvador. El salmista David plasmó esta promesa con palabras indiscutibles:
«Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú
estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento» (Salmo 23:4).
Ya
sea que estemos aislados por decisión propia, por las tendencias culturales que
nos rodean o por pérdidas dolorosas en la vida, los que conocemos a Cristo como
Salvador podemos descansar en la presencia del Pastor de nuestro corazón. ¡Oh,
qué amigo nos es Cristo!
Los
que conocen a Dios como Amigo nunca están solos. (RBC)