El apóstol Pablo lo
expresó de otro modo al escribir: «No os engañéis; Dios no puede ser burlado:
pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará» (Gálatas 6:7). Estas
palabras constituyen un enérgico recordatorio de que nuestras acciones tienen
consecuencias; entre ellas, cómo tratamos a los demás. Cuando preferimos odiar,
ese odio puede retornar a nosotros haciendo que experimentemos situaciones para
las que nunca estamos totalmente preparados. Quizá lleguemos a aislarnos de los
demás, enojarnos con nosotros mismos y anular nuestra capacidad para servir a
Dios con eficacia.
Antes de que esto
suceda, decidamos «no [cansarnos], pues, de hacer bien; porque a su tiempo
segaremos […]. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos…» (vv.
9-10).
La semilla que
sembremos hoy determinará el fruto que cosecharemos mañana. (RBC)