El escritor y pastor A. W. Tozer aplica ese
principio a la vida espiritual. En su libro La
raíz de los justos, Tozer describe nuestra tendencia a «preocuparnos solo por
el fruto [… e] ignorar la raíz de la cual brotó».
El apóstol Pedro les recordó a los creyentes
del siglo i que una vida semejante a la de Cristo
y un servicio eficaz son el resultado de un proceso. Los alentó a crecer en
ocho áreas del desarrollo espiritual: fe, virtud,
conocimiento, dominio propio, paciencia, piedad, afecto fraternal y amor
(2 Pedro 1:5-7). Si poseemos estas cualidades en una medida cada vez mayor,
Pedro dice que estas cosas no nos «dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto
al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo» (v. 8).
Dios nos llama al
maravilloso proceso de aprender a conocerlo, con la garantía de que esto nos
llevará a un servicio productivo en su nombre y para su gloria.
La vida es un
proceso que nos enseña a depender por completo de Dios. (RBC)