El rey
David conocía bien el temor. Toda su vida estaba hecha un caos. Su hijo Absalón le había usurpado la
lealtad de la nación de Israel e intentaba quitarle el trono. No sabía quién
estaba de su lado ni a quién tenía en contra. Al parecer, la única opción que
le quedaba era salir corriendo. Les dijo a sus siervos: «… daos prisa a
partir, no sea que apresurándose [Absalón] nos alcance, y arroje el mal sobre
nosotros» (2 Samuel 15:14).
En un salmo que probablemente
David escribió mientras huía para que no lo mataran, declaró: «Con mi voz clamé
al Señor, y él me respondió desde su monte santo» (Salmo 3:4). En medio del
temor, David buscó al Señor, y Él le mostró su gracia y lo restauró al trono.
Hay muchas preocupaciones que
pueden agobiarnos, pero, cuando las dejamos en las manos poderosas de Dios, Él
nos ayuda a atravesar las pruebas.
La preocupación es un peso que Dios nunca planeó que cargáramos. (RBC)