Jesús
se desvió de su camino para presentarle a una mujer perdida otra clase de agua
viva. Intencionalmente, decidió ir a un pueblo de Samaria, un lugar donde
ningún rabino respetable asentaría su pie. Allí le habló a esta mujer sobre el
«agua viva», y agregó que el que bebía de ella «no tendrá sed jamás, sino que
[…] será en él una fuente de agua que salte para vida eterna» (Juan 4:14).
El
agua viva es Jesús, y quienes lo reciben tienen vida eterna (v. 14). Pero el
agua viva que Él provee también cumple otra función, porque Él declaró que del
interior de aquellos que lo aceptaron «correrán ríos de agua viva» (Juan 7:38).
Esta agua viva que nos renueva también tiene que vivificar a otros.
Así
como la distribución de agua potable es desigual en el mundo, lo mismo sucede
con la entrega del agua viva. Muchos no conocen seguidores de Cristo a quienes
realmente les importen sus vidas. Nosotros tenemos el privilegio de hablarles
de Él. Después de todo, Cristo es el agua viva de quien todos están sedientos.
Dios
es el suministro inagotable de agua viva para este mundo sediento. (RBC)