Lo más maravilloso de su amor hacia nosotros
es que Él prometió que nunca terminaría. El profeta Jeremías atravesó
circunstancias devastadoras que lo destruyeron emocionalmente (Lamentaciones
3:13-20). Su propio pueblo rechazó sus continuas invitaciones a recibir el amor
de Dios y a seguirlo. Desesperado, dijo: «Perecieron mis fuerzas, y mi
esperanza en el Señor» (v. 18).
No obstante, en su hora más oscura, Jeremías
consideró el amor inalterable de Dios, y declaró: «Por la misericordia del
Señor no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias.
Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. Mi porción es el Señor, dijo mi
alma; por tanto, en él esperaré» (Lamentaciones 3:22-24). Una persona puede
prometer amarnos siempre y, después, no cumplir su promesa; sin embargo, el
amor de Dios permanece firme y seguro: «El Señor tu Dios es el que va contigo;
no te dejará, ni te desamparará» (Deuteronomio 31:6). ¡Este sí que es un amor
en el que podemos confiar!