La Biblia compara a la persona que confía en
Dios con «el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará
sus raíces» (Jeremías 17:8). Como sus raíces están bien alimentadas, este árbol
soporta temperaturas extremas y, durante las sequías, sigue dando fruto.
Como un árbol sólidamente arraigado, las
personas que dependen de Dios tienen una sensación de equilibrio y vitalidad a
pesar de atravesar las peores circunstancias. Por el contrario, aquellos que
ponen su confianza en otros seres humanos suelen vivir con una sensación de
inestabilidad. La Biblia los compara con arbustos del desierto que, con
frecuencia, están desnutridos y solos (v. 6). Lo mismo sucede con la vida
espiritual de las personas que abandonan a Dios.
¿Dónde están nuestras raíces? ¿Estamos arraigados
en Jesús? (Colosenses 2:7). ¿Somos un puente que guía a otros hacia Él? Si
conocemos a Cristo, podemos dar testimonio de esta verdad: Bienaventurados son
aquellos que confían en el Señor (Jeremías 17:7).
Aun las pruebas
fuertes no pueden derribar a la persona que está arraigada en Dios. (RBC)