Para
los judíos de la época del Antiguo Testamento, acceder a Dios también causaba
temor. Cuando el Señor bramó desde el monte Sinaí, el pueblo tuvo miedo de
acercase a Él (Éxodo 19:10-16). Y, cuando se abrió la posibilidad de llegar al
Señor mediante el sumo sacerdote, había que cumplir instrucciones específicas
(Levítico 16:1-34). Si se tocaba accidentalmente el arca del pacto, que
representaba la presencia santa de Dios, el resultado sería la muerte (ver 2 Samuel
6:7-8).
Pero
ahora, por la muerte y la resurrección de Jesús, podemos acercarnos a Dios sin
temor. La condena que Él estableció por el pecado fue satisfecha, y se nos
invita a entrar en su presencia: «Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de
la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro»
(Hebreos 4:16).
Gracias
a Jesucristo, podemos allegarnos a Dios mediante la oración en cualquier
momento y lugar.
Mediante
la oración, accedemos al instante a Dios. (RBC)