Entonces,
un día, mientras escuchaba un programa de radio, el locutor relató una historia
que confirmó la verdad de lo que contaba mi abuelo. De pronto, la «fábula» se
convirtió en una «aventura». El recuerdo de aquellos momentos se tornó en una
experiencia conmovedora que hizo que mi abuelo fuera aun más confiable para mí.
Cuando
el salmista escribió sobre la naturaleza inmutable de Dios (102:27), nos
ofreció el mismo consuelo: la confiabilidad de Dios. El concepto se repite en
Hebreos 13:8, con estas palabras: «Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por
los siglos». Esto puede elevar nuestro corazón por encima de las pruebas
cotidianas, al recordarnos que un Dios inmutable y digno de confianza gobierna
incluso el caos de un mundo cambiante.
Que
la inmutabilidad de Dios te llene el corazón de paz en medio de tus tormentas.
(RBC)