Pienso en Jesús cuando esperó cuatro días
mientras Lázaro yacía en la tumba (Juan 11:39). ¿No sabía lo que pasaba? ¿No le
importaba? ¡Por supuesto que sí! Estaba esperando el momento preciso para
actuar y para enseñar lo que tenía previsto y quería que aprendieran.
La Biblia registra «retrasos» de Dios, muchos
de los cuales parecen inexplicables desde nuestro punto de vista. Sin embargo,
todo atraso surge de las profundidades de su sabiduría y amor. Si no hay otro
motivo, tales situaciones pueden generar, si las aceptamos, las virtudes más
silenciosas (humildad, paciencia, entereza y constancia); cualidades que suelen
ser las últimas que se adquieren.
¿Estás angustiado? ¿El Señor parece distante
e insensible? No es indiferente a tu clamor ni imperturbable ante tus ruegos,
sino que está esperando que se cumplan sus propósitos. Entonces, en el momento
apropiado, intervendrá. Dios nunca tiene prisa, sino que siempre llega a
tiempo.
Vale la pena esperar
el tiempo de Dios; su horario siempre es el mejor. (RBC)