Un mapamundi publicado por la revista
National Geographic Society dice así: «La masa de la Tierra es de
aproximadamente 6.600 trillones de toneladas». ¿Qué sostiene todo ese peso?
Nada. El planeta donde vivimos rota sobre su eje a 1.600 kilómetros por hora a
medida que se traslada por el espacio en su órbita alrededor del sol. Sin
embargo, es fácil que esto pase inadvertido en medio de nuestras preocupaciones
diarias sobre la salud, las relaciones interpersonales y las cuentas que
debemos pagar.
En su lucha por encontrarle sentido a
la abrumadora pérdida de su salud, riqueza e hijos, Job, un personaje del
Antiguo Testamento, consideró una y otra vez la creación divina y declaró:
«[Dios] extiende el norte sobre vacío, cuelga la tierra sobre nada» (Job 26:7).
Se maravillaba frente a las nubes que no se rompían por el peso del agua que
contenían (v. 8) y ante el horizonte «hasta el fin de la luz y las tinieblas»
(v. 10); aun así, los llamó «sólo los bordes de sus caminos» (v. 14).
La creación en sí no respondió las
preguntas de Job, pero los cielos y la Tierra señalaban a Dios el Creador, el
único que podía auxiliarlo y darle esperanza.
El Señor que sostiene el universo «con
la palabra de su poder» (Hebreos 1:3; Colosenses 1:17) controla diariamente nuestra
vida. Las experiencias que parecen estar «sobre [el] vacío» están todas
aseguradas por el poder y el amor de nuestro Padre celestial.