Durante unas vacaciones, caminaba por
la orilla de un gran lago. Al acercarme a un montón de rocas, noté un pequeño
hueco entre ellas y vi que una pequeña planta se había arraigado allí. Parecía
estar absorbiendo la cantidad justa de luz solar y de agua, y también obtenía
algo más: protección. Ni los aguaceros ni las tormentas de viento afectarían
sus delicadas hojas.
El hábitat seguro de la planta me
recordó la letra de este conocido himno: «Roca de la eternidad, fuiste abierta
para mí; sé mi escondedero fiel». Estas palabras expresan lo que muchos
queremos cuando nos encontramos con gente con malas intenciones; personas
caracterizadas por el orgullo, la crueldad y un desprecio hacia Dios (Salmo
94:4-7). Cuando somos el blanco de la maldad de alguien, podemos recordar el
testimonio del salmista: «Mas el Señor me ha sido por refugio, y mi Dios por
roca de mi confianza» (v. 22).
Como nuestra roca, el Señor es
confiable y fuerte. Como nuestro refugio, puede brindarnos seguridad hasta que
pasen los problemas. El salmista nos recuerda: «… debajo de sus alas estarás
seguro…» (Salmo 91:4). Con Dios como nuestro defensor, no debemos temer lo que
hagan los demás. Podemos confiar en que Él nos sostendrá cuando surjan
dificultades.