Pero, entre sueños ligeros durante el día, y
la noche, cuidar a los niños es una responsabilidad agotadora e incesante. En
su inocencia y entusiasmo, pueden meterse en situaciones peligrosas en un
segundo. Después de un día agitado disciplinando, entreteniendo, protegiendo,
alimentando, vistiendo, guiando y reconciliando hermanos que se pelean, los
padres están ansiosos por irse a dormir. En cuanto se guardan los juguetes y se
ponen los pijamas, el niño soñoliento se tranquiliza, se acurruca con mamá o
papá para que le relate una historia y, finalmente, se duerme. Después, antes
que los padres se acuesten, miran a sus hijos otra vez para asegurarse de que
todo esté en paz. La serena belleza de un niño dormido hace que todas las
frustraciones del día valgan la pena.
Las Escrituras señalan que el estado ideal
que Dios desea para sus hijos es la paz (Levítico 26:6); pero con suma
frecuencia, debido a nuestra inmadurez, nos metemos en problemas y provocamos
conflictos. Como los padres de niños pequeños, el Señor desea que nos cansemos
de hacer las cosas mal y que descansemos en la protección y el gozo de sus
caminos amorosos.
En la voluntad de
Dios está nuestra paz. (RBC)