El apóstol Pablo nos recuerda que, a veces,
no se tiene memoria del trabajo arduo. Los atletas someten con esfuerzo sus
cuerpos a disciplinas intensivas al entrenarse para ganar medallas perecederas
(1 Corintios 9:25). Pero no se trata solo de las medallas… con el tiempo, el
recuerdo de esos logros disminuye y desaparece. Si los deportistas pueden
sacrificar tanto para obtener recompensas terrenales que finalmente se
olvidarán, ¿cuánto más deberían esforzarse los seguidores de Cristo para ganar
una corona imperecedera? (1 Timoteo 4:8).
El sacrificio y la determinación de los
atletas se recompensan con medallas, trofeos y dinero. Pero más grandioso es
que nuestro Padre celestial premia la disciplina de sus hijos (Lucas 19:17).
Dios nunca se
olvidará del servicio que hagamos por amor a Aquel que nos amó primero. (RBC)