El pueblo de Dios no está compitiendo para
ver quién da más, pero se nos llama a ser «dadivosos, generosos» (1 Timoteo
6:18). El apóstol Pablo instruyó a la iglesia de Corinto: «Cada uno dé como
propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al
dador alegre» (2 Corintios 9:7).
Durante la época navideña, mientras
compartimos regalos con otras personas, recordemos cuán generoso ha sido Dios
con nosotros: nos dio a su Hijo. Ray Stedman afirmó: «Jesús dejó de lado sus
riquezas y entró como pobre en su creación, para enriquecernos a todos por su
gracia».
Ningún regalo que demos podría competir nunca
con la profusión del Señor. ¡Démosle gracias por el don inefable de Jesús! (v.
15).
Ningún regalo es
mejor que Cristo mismo. (RBC)