Dios tiene un itinerario para cada uno de
nosotros, una «carrera» que debemos correr (ver Hechos 20:24 y 2 Timoteo 4:7).
Nuestra ruta ha sido establecida en los concilios celestiales y está arraigada
en los propósitos soberanos de Dios.
Sin embargo, nuestras elecciones son
importantes. Todos los días tomamos decisiones, pequeñas y grandes, algunas de
las cuales tienen consecuencias que transforman la vida. La pregunta
(independientemente del desconcertante misterio de la soberanía de Dios y el
albedrío humano) es esta: ¿Cómo podemos discernir la carrera que tenemos que
correr?
Ahora que soy más viejo y tengo más cosas del
pasado en las cuales reflexionar, la respuesta me resulta también más clara. Al
mirar atrás, veo que Dios me ha guiado todo el camino. Puedo decir con
confianza: «… Dios que ha sido mi pastor toda mi vida hasta este día» (Génesis
48:15 lbla). Aunque el presente está rodeado de nubes y no sé qué traerá
aparejado el futuro, tengo la certeza de que el Pastor me mostrará el camino.
Mi tarea es seguirlo a Él con amor y obediencia, y confiarle cada paso del
trayecto.
Podemos confiarle
nuestro futuro desconocido al Dios omnisciente, omnipotente y omnipresente.
(RBC)