Me encanta tomar fotografías de puestas
de sol en los lagos. Algunas tienen tonalidades pasteles sublimes, mientras que
otras presentan destellos intensos de colores brillantes. Algunas veces, el sol
se esconde delicadamente detrás del espejo de agua; y otras, se pone en lo que
parece ser una llameante explosión.
Tanto en las fotos como en las
personas, prefiero esto último, pero ambas situaciones muestran la obra de
Dios. Cuando se trata de la obra del Señor en el mundo, me sucede lo mismo. Me
gusta más ver respuestas sorprendentes a la oración que provisiones comunes y
corrientes de pan cotidiano. Pero ambas son obras divinas.
Quizá Elías tenía preferencias
similares. Había crecido en medio de demostraciones extraordinarias del poder
de Dios. Cuando oró, el Señor apareció de una manera espectacular: primero,
derrotando milagrosamente a los profetas de Baal; y después, al final de una
larga y devastadora hambruna (1 Reyes 18). Pero, luego, Elías tuvo miedo y
huyó. Entonces, Dios mandó un ángel para que lo alimentara y fortaleciera en el
viaje. Después de 40 días, llegó a Horeb; y, allí, el Señor se comunicó con él
mediante una voz suave y apacible, en lugar de hacerlo con milagros
extraordinarios (19:11-12).
Si estás desanimado porque Dios no ha
aparecido en un destello de gloria, tal vez esté manifestándose mediante su
presencia silenciosa.