Ya a los 20 años, Lygon Stevens, un experimentado montañista, había
llegado a la cima de los montes McKinley y Rainier; de 4 cumbres de los Andes,
en Ecuador; y de 39 de las montañas más altas de Colorado, en Estados Unidos.
«Escalo porque me encantan las montañas —declaró—, y porque allí me encuentro
con Dios». En enero de 2008, Lygon murió en una avalancha mientras escalaba un
cerro junto con su hermano, el cual sobrevivió.
Cuando sus padres descubrieron sus diarios, quedaron profundamente
conmovidos por su íntima relación espiritual con Cristo. Su madre señaló:
«Lygon siempre brilló para su Señor, ya que vivía una comunión profunda y
sincera con Él; algo que incluso algunos experimentados veteranos de la fe
anhelan tener».
Tres días antes de la avalancha, mientras estaba en su tienda, Lygon
escribió en su diario por última vez: «Dios es bueno, y tiene un plan para
nuestra vida más grande y más bendecido que el que nosotros escogemos. Estoy
tan agradecido por eso. Gracias, Señor, por traerme hasta aquí. Dejo el resto,
mi futuro, en esas mismas manos y te doy gracias».
Lygon hizo propias las palabras del salmista: «Mi socorro viene del
Señor, que hizo los cielos y la tierra» (Salmo 121:2).