Tengo un amigo que vive en una finca
ganadera en las amplias llanuras de Montana, en Estados Unidos. El camino hasta
su casa es un sendero largo a través del terreno seco y árido del desierto,
pero se destaca del resto por la hilera de árboles verdes y la vegetación
frondosa que lo circunda. Uno de los ríos más hermosos para pescar truchas
atraviesa la propiedad, y todo lo que crece cerca de sus orillas experimenta
los beneficios de una fuente inagotable de agua revitalizadora.
Este es el cuadro que pinta Jeremías
cuando afirma que aquellos que confían en el Señor son «como el árbol plantado
junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces» (Jeremías 17:8).
Tal vez hay muchos que prefieren el calor abrasador y la sequía asfixiante de
una vida lejos de Dios, pero los que confían en el Señor serán vibrantes y
fructíferos. Depender de Él es como poner nuestras raíces en el agua
refrescante de su bondad. Nos fortalece la confianza en que su amor inalterable
hacia nosotros nunca fallará.
Al final, Dios arreglará todas las
cosas. Confiar en que Él convertirá nuestra tristeza en un beneficio y que
utilizará el sufrimiento para que maduremos nos da poder para llevar fruto en
una tierra seca y sedienta.