Un amigo me contó que, una vez, estaba
viendo fútbol por televisión mientras su hijita jugaba cerca de él. Enojado
porque su equipo jugaba mal, tomó lo que tenía más a mano y lo tiró al piso. El
juguete favorito de su hija se hizo añicos, y el corazón de ella también. De
inmediato, la abrazó y le pidió perdón. Le dio otro juguete y pensó que estaba
todo bien. Sin embargo, no tenía idea de cuánto había asustado a la pequeña de
cuatro años, y ella tampoco percibió cuánto le dolió. Con el tiempo, el perdón
llegó.
Años después, él le mandó a su hija un
juguete idéntico, cuando ella esperaba un bebé. La muchacha subió a Facebook
una foto del juguete y escribió: «Este regalo tiene una larga historia allá en
mi niñez. No fue alegre, ¡pero tiene un final feliz! La redención es algo
hermoso. ¡Gracias, abuelo!».
La Biblia nos insta a evitar exabruptos
y a vestirnos del nuevo yo, «creado según Dios en la justicia y santidad de la
verdad» (Efesios 4:24) . Y, si somos víctimas del enojo, el Señor nos pide que
seamos «benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros,
como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo» ( v. 32) .
No es fácil restaurar relaciones rotas,
pero la gracia de Dios lo hace posible.